La miseria económica está donde menos lo esperamos. La miseria moral está por todas partes. Nos quedamos en la miseria económica. Por una serie de experiencias que he vivido esta semana, he visto miseria, y de verdad. Parece mentira que nos quejemos de que la tele no nos funciona, de que los tomates que tenemos en la nevera se han estropeado antes de lo que habíamos pensado o de que el pantalón me está un poco más estrecho que hace un mes.
Protestamos por cosas que se vuelven futiles una vez paseas por ciertas zonas, una vez te das cuenta de que la miseria igual está más cerca de lo que a ti te parece. Si se nos abrieran muchas de las puertas que en nuestro vecindario permanecen cerradas por motivos de privacidad, descubriríamos un vacío preocupante, un mundo de podredumbre que, si estamos bien acostumbrados, nos sorprende seguro.
No hablo de lo que hay en el Tercer Mundo, me refiero a un Tercer Mundo que está aquí, en España, en un país supuestamente avanzado donde una de cada cuatro personas es pobre. Y con esto no invito a nadie a conformarse con lo que tiene. Simplemente se trata de verlo de otra manera.
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