Para mí no hay música más insoportable que un villancico. Prefiero un concierto de ‘Trash Metal’ o una noche entera escuchando “maquineo” que las cuatro ñoñeces que tengo que escuchar todos los años. Hay alguna versión impactante de “A Christmas Carol” de Nightnoise, “We three kings” de Barbara Higbie, o quizá la canción “All I want for Christmas is you” (“Todo lo quiero en Navidad eres tú”), que es una explosión de entusiasmo con cuya letra estoy plenamente identificado, pero poco más.
Recuerdo una nochebuena en la que desde por la mañana oía tararear villancicos. ¡Pero si no lo haces el resto del año! ¿A qué viene ahora? Quizá sea más normal en la cena, pero yo jamás he abierto la boca para cantarlos. Me viene a la cabeza un antiguo amigo de la adolescencia que nos vino un día con la guitarra a cantar villancicos juntos. ¡Pero si no te lo ha pedido nadie! Nos mirábamos los unos a los otros con cara de póker y el pobre chaval tuvo que desistir. Las zambombas y panderetas no son lo mío, la verdad.
Por cierto, ya por la noche, el mejor de los villancicos es el que nos canta el rey a las 21 horas. Es el más tradicional por repetitivo que es. Querido Juan Carlos, por muchos cambios de cámara que hagas, por mucho que camines y nos abras tu despacho, por mucha página web infantil que te montes, seguirás con tus cuñados untados de basura y con tus infantas que no puedes presentar en esa web porque, como bien sabes, los niños son muy preguntones. Y cuando acabe el discurso, que cada año es más corto porque tienes menos que decir, indignarás a millones de españoles como yo que se preguntarán “¿para cuándo una República?”.
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