Esta Navidad vamos a estar más guapos con vestidos caros que sólo nos volveremos a poner una o dos veces más en nuestra vida. En mi casa para Nochebuena y Nochevieja cenábamos en pijama, una cutrada como cualquier otra, pero bastante más digno que los horteras que se ponen pajaritas de colores y las gordas que se ponen minifaldas imposibles.
Veremos anuncios con modelos perfectas y hombres musculados, donde ni mi prima llegará jamás y donde yo, barrigudo y calvo, no puedo tener aspiraciones. La barriga ya está hecha. Aquí no hay milagros, por mucho deporte que haya, pero los anuncios de Navidad te ofrecen mundos extraordinarios.
El paraíso es posible, podremos nadar con las princesas de la natación sincronizada mientras bebemos cava, tocar los oros de nuestros artistas, volver a casa gracias a “El Almendro”, tomarnos un bocadillo de chorizo en homenaje a Gila, llegaremos al país de las maravillas y a la fábrica de los sueños.
Los niños también tendrán su lugar. Para los machos, videojuegos imitando a sus ídolos futbolísticos. Nada de balones, ni práctica del fútbol o de cualquier otro deporte. Y los super-heroes, claro. Y nada de muñecas, porque eso es cosa de niñas. Las más pequeñas tienen un mundo a su disposición: las eternas ‘Barbie’, las muñecas de Famosa que se dirigen al portal... y las cunitas, y las cocinitas, y las casitas. Y todo con una imagen en televisión a todo color que extraña cuando abres el paquete con los juguetes y te das cuenta que casi están pidiendo que los rompas, como el niño malo de ‘Toy Story’.
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