Odio la Navidad porque nace del bien, de la tradición del solsticio de Invierno y que al final se ha convertido en un canto al negocio desenfrenado, a la hipocresía de los reales sentimientos y al chantaje emocional de “si tú me regalas nada es que no me quieres”. Cuando respondes como en la canción “quererse no tiene horario ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan”. El mejor regalo eres tú y si quiero darte algo es porque me sale del alma no porque salgan anuncios de ‘El Corte Inglés’.
Hace poco, en China, donde se está descubriendo el capitalismo más salvaje, una mujer estuvo cinco horas comprándose zapatos acompañada por su novio. El hombre se estaba poniendo enfermo y le dijo que no se pondrá tantos zapatos en su vida. La mujer le lanzó un bocinazo de los que hacen época, y el hombre corrió y se lanzó por el balcón. La ambulancia sólo sirvió para certificar su muerte.
El caso es muy extremo y evidentemente cada uno es como es. Hay que tolerar. Si te gusta ir de tiendas, vete de tiendas. Si quieres leer a Goethe, lee a Goethe. Y si quieres irte al cine o al teatro con la familia también es una alternativa legítima. Lo que no tiene sentido, es que dejes la cuenta en descubierto por ponerte a comprar a lo bestia. Por imposición.
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