El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha afirmado "España está en movimiento y será capaz otra vez muy pronto de asombrar al mundo", como ya hizo en la segunda mitad del pasado siglo, cuando se convirtió en "el éxito económico del mundo" al pasar de "las cartillas de racionamiento a ser plenamente europea y estar integrada" en la UE. Otro nostálgico más. Bromas aparte, que haya algún dato estadístico que apunte a una ligera mejora de la macroeconomía española no significa que mi economía mejore.
Me da igual que los beneficios de la banca aumenten si no me dan un préstamo para una empresa que quiera montar. Me es indiferente que la tasa de paro baje del 26 por ciento actual si yo, con 50 años, sigo sin encontrar empleo. Me entra por un oído y me sale por el otro la mejora de la bolsa cuando yo no invierto en ningún mercado de valores. Menea el viento mi frondosa melena cuando veo que en España si no fuera por Cáritas y entidades por el estilo la gente se moriría de hambre. Me aburre soberanamente la euforia de Montoro cuando veo a nuestros mejores talentos yéndose de España porque aquí no se puede investigar. Por no hablar de la educación, la sanidad y de las pensiones.
Me resulta estúpida esa supuesta recuperación cuando dirigentes de UGT en Andalucía se dan un homenaje incluyendo 30 raciones de langostinos para veinte comensales, a 100 euros el cubierto, y luego se lo cuelan a la Junta en forma de subvenciones. Y con todo esto, estoy de acuerdo con el ministro de Hacienda. España asombra al mundo, pero no por sus mejoras económicas sino por su desvergüenza.
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