Mi compañero de Las Palmas de Gran Canaria, Diego de Vicente, compañero de fatigas en una cabina de un estadio de fútbol, me ha mandado hoy un artículo precioso que se llama ‘La otra radio, el otro locutor’.
Hubo un tiempo de Carruseles, de los Carruseles de verdad, de goles encadenados, de pasiones desbordadas y desmedidas que fluían a través de las ondas hertzianas cuan maná inacabable. El fútbol se extendía de norte a sur y de este a oeste del territorio nacional contando y cantando las andazas de los protagonistas de un juego universal que acerca y une como pocas cosas lo logran en esta vida tan sobrada de estulticia y de tartufos carentes de fondo y forma. Hubo un tiempo en que el los partidos confluían todos en un mismo y unificado horario que dotaba de emotividad e interés a las tardes de los sábados y los domingos.
Hubo un tiempo de Cosmogonía radiofónica, fue aquel tiempo en que tocó narrar en primera persona el origen de la radio deportiva, una radio rebozante de calidad y veracidad. Un gol no miente nunca, un gol es siempre un gol; cambia la forma de narrarlo, de contarlo, de gritarlo.
-¡Goooool en el Insular! ¿Recuerdan ustedes a un hombre llamado Fernando Tocornal?, ¿sí? ¡36 años y sigue jugando! Eso sí, la cintura ya no sé donde la tiene. José Óscar ‘Turu’ Flores lo ha desmontado, lo ha despiezado y se encamina al interior del área pacense; y allí le sale al encuentro Emilio, el custodio del CD Badajoz. Quiebro a la derecha, quiebro a la izquierda; el ‘Turu’ por un lado, el balón por el otro, y el suspiro y el aliento del público hacen el resto. Goooool en el vetusto Recinto de Ciudad Jardín. 37’ de la primera parte, UD Las Palmas 1- CD Badajoz 0.
Fue aquel un tiempo y una época de narradores y locutores acunados por un estilo peculiar y genuino. Ellos tenían ritmo, cadencia, conocimientos; ellos eran enérgicos, empatizaban con el oyente, les ubicaban, les sentaban a la diestra, o la siniestra, en aquellas cabinas de retransmisión que eran auténticos cubiles para enamorados de la voz y la palabra. Allí, en aquellos lugares la radio y el fútbol se hicieron grandes, muy grandes. Durante hora y media se narraba fútbol, sólo fútbol. Los otros temas, aquellos que nada tenían que ver con el partido en sí nunca tuvieron acomodo en aquel santo lugar. Los atascos en la M-30, o el precio de la botella de vino en el restaurante de moda de Barcelona no eran temas a tratar. Fútbol, única y exclusivamente fútbol. Los equipos en liza, en buena lid dirimiendo los avatares del juego, la polémica suscitada por tal o cual jugada, los bramidos y los quejidos del público, más cerca del paroxismo que de un estado natural y sosegado.
Hubo un tiempo en que los oyentes oían la señal de ‘gol’ en la radio y se hacia un silencio que mezclaba a partes iguales alegría y tristeza dependiendo de que equipo lograba el citado gol. Eran tan sólo unos segundos que en algunas ocasiones parecían horas si aquel gol significaba un ascenso, o un descenso, o un Título. Fútbol en estado puro, sin catarsis alguna, lleno y pleno de sinergias positivas.
Había narradores tendentes al romanticismo, también otros que enhebraban una historia tras otra para hacerte participe de las andazas de los futbolistas. Existió el locutor avezado que tejía y destejía las incidencias del juego como si de un cirujano se tratara. Los había para todos los gustos y tendencias; tan sólo era cuestión de cambiar el dial y ubicarse donde uno más le apeteciese. Aquella radio gustaba, enganchaba, enamoraba. Otro tiempo, otro lugar. Aquellos locutores vivían perennemente enganchados a la pasión y al fervor de los partidos. Muchos eran concienzudos, metódicos, excelentes profesionales del Medio.
El tiempo fue pasando y las necesidades de antaño dieron paso a otras bien diferentes. ¡Dios, cómo hemos cambiado! Aquellos Carruseles intensos y extensos murieron al salir el sol. La diversidad de horarios apagó el bullicio y mató a la emoción. Los partidos, en muchas ocasiones, se hicieron pesados y eternos, casi inacabables. Partidos solitarios, huérfanos, carentes de calor. El locutor, presa de una soledad hiriente y descarnada, buscó cómplices y adeptos para su causa. Y fue entonces, y solo entonces, cuando aparecieron en medio de un partido las risotadas, los comentarios extradeportivos, los embotellamientos en la Castellana, o el ruido incesante de sables contra el árbitro de turno.
La otra radio, el otro locutor existieron; recuperar a ambos es posible. Aún quedan, todavía existen locutores brillantes, esos que son capaces de “crear literatura sobre la marcha”; esos locutores que, sin apartarse de la cotidianidad, nos sitúan en el lugar exacto en donde se desarrolla el juego. Aquellos narradores, los de antes y los de ahora, que a un ritmo preciso y con los tiempos bien marcados nos narran el mejor gol posible o la jugada perfecta o el quiebro zigzagueante del nuevo Garrincha.
-¡Goooool en el Bernabeu! Luka Modric, ‘El Cruyff de los Balcanes”, aún en cancha propia y con sus pies pisando el semicírculo central oteó el horizonte blanco distinguiendo, allá en lontananza, la figura hercúlea de Karim Benzema, el nieto de la Cabilia argelina. El balón, tras elevarse al cielo del Madrid de los Austrias, se unió al francés en su frenética carrera. Nadie puede con Karim, ni el defensa ni la crítica. Se escora a la izquierda, se adentra en el área y suelta un derechazo que hace inútil la estirada de Víctor Valdés. El coliseum blanco se derrite de emoción. 40’ de la segunda parte en el Santiago Bernabeu, Real Madrid 2-FC Barcelona 1. (...)
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