Vaya por delante que hay que quitarse el sombrero ante el Atlético de Madrid. El ‘cholo’ Simeone y el ‘mono’ Burgos desde el banquillo rojiblanco supieron leer la final desde el primer minuto, con la dosis del esfuerzo físico, administrando el contragolpe que siempre ha sido sello de calidad del Atleti, sobre cómo jugar al “otro fútbol” para ponerle el capote al rival y acabar con sus nervios. El Atlético de Madrid ganó la Copa ante el Real Madrid jugando sus mejores cartas y de forma absolutamente merecida.
Pero pese a los méritos contraídos, creo que el protagonista de esta historia es Iker Casillas. La final de Copa, aunque parezca esperpéntico, contó con todas las estrellas, menos con Iker Casillas. El mejor portero del mundo se quedó en el banquillo el partido entero, llorando a lágrima viva el mal perder de su equipo, gimiendo desde dentro con impotencia, pensando en lo que su sitio debía estar bajo los palos, donde podía haber hecho mucho más por el equipo de su alma. Las lágrimas de Casillas son la demostración emocional del fracaso de Mourinho. Sus lágrimas son fuertes porque partirán en dos el futuro del marrullero portugués. Unas lágrimas no resumen un partido, pero ilustran la tragedia blanca… con el año en blanco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario