No nos engañemos. Aquí en España los que vamos a la playa como dios nos trajo al mundo somos cuatro gatos. Entre otros retrasos, este país tiene muy poco cuidado el tema del naturismo. Dicen que el grado de calidad de una democracia depende del grado de respeto a las minorías y yo creo que podríamos hacer un repaso de minorías con problemas más acuciantes que poder ir en pelotas por la playa que no están bien tratadas aquí por muchas leyes de dependencia que se cacareen desde según qué poltronas.
Pero hoy quiero hablar de naturismo. Voy a recomendar un sitio a riesgo que se llene de gente. Es la 'playa del muerto', en Almuñecar. Puedes acceder en coche con relativa facilidad, aunque luego debes bordear algunos peñascos por un senderito construido al efecto. Es un lugar aislado, donde va gente de todo tipo, a salvo de mirones y donde se está muy a gusto.
Pero en verano todo cambia. Una parte de esa playa la ocupan familias enteras con una colección de sombrillas, la mesita, las cartas, los autodefinidos, el 'Pronto', la pala para jugar a la pelota, la barquita hinchable, la neverita, los garbanzos que ya se llevan hechos desde casa y hasta la tele. Por lo tanto, una parte de una playa naturista queda invadida por textiles, con lo cual tienes que ocupar una parte un poco más al fondo porque te da cosa "herir susceptibilidades". A ver, es para que se me llame imbécil, porque los que "hieren susceptibilidades" son ellos al no querer aprovechar los kilómetros de costa que los textiles tienen a su disposición.
En cualquier caso, al final encuentro mi sitio. Y héteme aquí señor que una vez me meto en el mar y nado con la sensación de libertad que sólo los naturistas conocemos, me encuentro con un hombre de casi 60 años subido a una piedra sobre el mar mirando cómo tomábamos el sol sin nada puesto. El hombre, que tiene que ser un gran educador, iba acompañado de una chica de 13 o 14 años que debía ser su nieta, sobrina o algo así. Y él, subido a la piedra, de mirón.
Como ya venía indignado por la invasión de los textiles, me acerqué a él nadando y le dije con la mejor de mis sonrisas: "Señor, si es usted tan amable, ¿podría quitarse el bañador por favor?". El respetable ciudadano se me quedó mirando con cara de póker y me dijo que no. Y yo le respondí: "Ya que se ha subido aquí de mirón, si se quita el bañador le miramos nosotros también. Además le informo que la zona naturista empieza desde bastante más lejos". "Yo soy de aquí, lo sé perfectamente". "Pues si usted es de aquí, ya sabe lo que debe hacer". Así que el hombre hizo lo propio, la chica también y los que estábamos allí desnudos pudimos seguir tranquilamente en la playa.
Vamos, que el hombre se quedó en su sitio, satisfecho del pensamiento único. Ese que observa el desnudo como un fenómeno extraño, el que observa el pudor como algo normal cuando lo normal es nuestro propio cuerpo. En muchos casos el que dice sentirse violento es el que menos lecciones puede dar de respeto a los demás. Para que te respeten, debes respetar. Y si no lo haces, no te quejes. Quién sabe, igual si el hombre se hubiera estrenado con el naturismo hubiera conocido todo un universo de posibilidades y una sensación de libertad única. Lástima.
4 comentarios:
No entiendo muy bien lo que quieres decir... si el hombre no se hubiera quitado el bañador, ¿el universo de posibilidades y la sensación de libertad hubiera sido diferente?
Querido Charro,
Sólo te digo que una vez te quitas el bañador, no te vuelves a sentir cómodo con él nunca más. Incluso esto me lo ha dicho gente que jamás hubiera imaginado que se desnudaría en una playa.
Perdona, no me he expresado bien. Lo que te quería preguntar es si tusa sensaciones en el agua varían en función de si hay o no textiles en la playa.
Yo bañándome tengo una sensación de libertad muy grande... pero me incomoda tener textiles a mi alrededor y especialmente mirones. Si les da vergüenza desnudarse, me parece bien, pero una nudista invadida de textiles, es una nudista menos.
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