El hecho de estar vivo es la mejor suerte que puedes tener. Eso me lo contó el párroco de mi barrio cuando era pequeño y creo que tenía razón. A Josep Lluís Socías, más conocido como Joe, a quien ya he perdido la pista por mi evolución personal, se le ocurrió el siguiente argumento contra derrotistas: antes de que un espermatozoide fecunde un óvulo, debe haber librado una gran batalla contra millones de semejantes: si tu esperma ha ganado, significa que vas a poder nacer, cuando había tan sólo una posibilidad, la tuya, entre varios millones.
Lo que mi cura no me explicó es si era una suerte o no nacer de una madre de 16 años, que se había escapado con su noviete y que tan sólo había hecho la marcha atrás. Tampoco me explicó si la madre podía decidir tener o no tener un bebé que podía ser una carga muy grande para ella ya que su hijo o hija iba a ser una peregrinación entre hospitales. Ya sé que es un poco ‘nazi’ lo que acabo de exponer, pero posiblemente habría que ponerse en la piel de la mujer.
Para mí, la madre es la última persona que puede sentenciar sobre el presente y el futuro del hijo o hija que lleva en sus entrañas. Cuanto más pequeño e indefenso sea, más claro ese derecho. Es ella la que debe valorar si esa criatura puede tener una vida feliz. Está claro que elaborar una ley sobre el aborto en general es muy difícil. Caso a caso, todo cambia.
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