viernes, octubre 04, 2013

QUE NO NOS QUITEN EL PARAÍSO

He viajado allí siempre que he podido. He ido a reflexionar, a pensar, a relajarme, a desnudarme por dentro y por fuera, a probar el agua dulce y la salada de la playa salvaje del Trabucador, a recorrer las comarcas entre arrozales y pájaros, entre una naturaleza casi sin tocar, a posar el coche sobre el transbordador entre Sant Jaume d’Enveja y Deltebre, para ir a las tan modernas como económicas cuatro estrellas del hotel Rull, y luego para el día siguiente ir a la playa salvaje del Trabucador otra vez, y reflexionar, pensar, relajarme, desnudarme por dentro y por fuera y probar el agua dulce y la salada, y ducharme en el hotel e ir a Sant Carles de la Ràpita a Can Víctor donde me servirán la mejor “fideuà” del mundo o un gran arroz a banda o un espectacular arroz negro. Nunca he visto un lugar donde haces más cosas dependiendo de rutas, arrozales, insectos, anillar y donde mientras tanto el tiempo es todo tuyo, tu alma, tu espíritu y tus hábitos son de tu pertenencia. Es el paraíso del Delta del Ebro.

Pues bien, por unas supuestas necesidades energéticas de la especie humana, un antiguo campo de petróleo de 1700 metros de profundidad en pleno Mediterráneo se está convirtiendo en un depósito de gas. Y por haber empezado a inyectar ese gas, la zona, cuyo edificio más alto quizá sea el de las cuatro estrellas con tan sólo cuatro plantas, sufre ligeros movimientos sísmicos que hacen que sus tranquilos habitantes, arroceros, pájaros, nidos e insectos tuerzan la expresión porque hay algo que no es normal. Tras casi 40 trámites administrativos Madrid se ha dado cuenta de la chapuza y ha dejado de inyectar gas. Me gustaría que el máximo responsable de este despropósito, el ministro de Industria José Manuel Soria, viniera al delta, a reflexionar, a pensar, a relajarse, a desnudarse por dentro y por fuera, a probar el agua dulce y la salada de la playa salvaje del Trabucador… para que se diera cuenta de con qué está jugando. Por favor, ministro, salga de su despacho. Le ruego que no nos quite el paraíso.

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