Los medios ponemos de moda determinados temas para que se olviden otros. Hace unos meses era Haití y ahora no existe. Hasta hace nada, era Túnez y ahora es como si no existiera. Y ahora le toca a Egipto. Hosni Mubarak es un dictador disfrazado de demócrata porque ha ganado elecciones adulteradas, como Hugo Chávez y otros tantos. Luego hay dictadores que jamás han ganado comicios como Raúl y Fidel Castro o el norcoreano Kim Jong Il, dictadores con los que conviene llevarse bien como Hu Jintao en China, dictadores títere como Hamid Karzai en Afganistán, dictadores que se apoyan en monarquías muy fuertes como Mohammed VI en Marruecos, dictadores golpistas como Muammar al-Gaddafi en Libia, dictadores manipuladores de elecciones como Abdelaziz Bouteflika en Argelia, dictadores que se aprovechan de la debilidad de los antiguos colonizadores españoles como Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial y así un largo etcétera. Si quitamos a los de Corea del Norte, Venezuela y Cuba, todos los demás gozan de magníficas relaciones con las maravillosas democracias occidentales.Mubarak le acaba de decir a su pueblo en un discurso lleno de palabras vacías y cargado de cinismo que delegará el poder en el vice presidente, casi como si les perdonara la vida, y haciendo ver que se preocupa mucho por ellos y hasta contando viejas hazañas bélicas de cuando era piloto de avión. Pero la revolución egipcia no debe frenarse, sino que tiene que ser el espejo en el que se mire el resto del mundo para demostrar que los dictadores en el siglo XXI no tienen cabida, ni disfrazados, ni sin disfrazar.
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