En España tenemos la manía de elevar a los altares a las personas públicas que se mueren. Algún defectillo tenía, pero no era importante. Durante el día de hoy, no he escuchado ninguna crítica contundente contra Margaret Thatcher. Casi nadie habla de los mineros que dejó en la calle, de sus recortes en sanidad y educación, de que privatizara casi todo sin que ello significara una mejora de la calidad de vida y de médidas impositivas como la ‘poll tax’, donde al final los ricos pagaban menos tributos que los pobres. De hecho, durante su mandato, entre 1979 y 1990, la pobreza en su país aumentó del 9% al 24%.
Hoy se ha tratado su intervención militar en las Islas Malvinas al reaccionar contra la dictadura argentina que había recuperado ese archipiélago, anterior colonia británica. Los tertulianos que lo saben todo se refieren a la firmeza de Thatcher al reconquistar militarmente su colonia del Atlántico Sur. Nadie habló de la cantidad de jóvenes británicos que se dejaron la piel las Malvinas, cuando no se les había perdido nada allí.
En esa guerra el régimen de Pinochet ayudó mucho al ejército británico. Y es que la dictadura chilena mantenía unas cordialísimas relaciones con el Reino Unido justo desde la entrada de Thatcher en el poder. Cuando el 21 de septiembre de 1998 Augusto Pinochet viajó al Reino Unido, en lo que posteriormente daría paso a su detención por orden del juez Garzón, la ex premier británica no dudó en visitar al ex dictador y en darle todo su apoyo. Cuando el torturador escapó de la justicia internacional gracias a su frágil salud, Margaret Thatcher no dudó un segundo en correr al aeropuerto a despedirle.
No está bien celebrar la muerte de nadie, pero bien es cierto que hoy se han descorchado muchas botellas en el Reino Unido. Estamos pues ante una mala uva popular que sólo se puede interpretar desde el prisma de unas capas populares amargadas y quemadas a fuego por el hierro de la dama de hierro.
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